Mi mayor hobbie en verano, aparte de bañarme en el río, es pescar en
él. La mayoría de las veces en mis ratos de pesca estoy acompañado por
mi tío, un experto pescador del que he aprendido todo lo que sé. La
gente piensa que la pesca es sedentaria y una actividad sin sacrificio,
pero no es así: hay que madrugar y cansarte recorriendo kilómetros de
cauce en busca de alguna trucha. Además de disfrutar por la sorpresa que
te da una picada y por la incertidumbre de pescar o no, este deporte te
permite estar en contacto con la naturaleza y descubrir paisajes
ribereños adornados por las cumbres pirenaicas.
En las muchas
jornadas de pesca he vivido numerosas experiencias, algunas buenas y
otras malas por el riesgo que supone el crecimiento del cauce debido al
deshielo o a tormentas veraniegas. Una que recuerdo siempre fue que
mientras estaba cambiando de cebo por la salida del sol, vi nadar río
arriba a una gran trucha que distinguí por el surco que marcaba con su
gran aleta. Fue una pena no estar lanzando el cebo en ese momento y
perder así la ocasión de pescar mi primera trucha de esas dimensiones.
De
las varias modalidades de pesca que mi tío me ha enseñado quiero
destacar la más divertida de todas, que es la llamada pesca a látigo.
Aunque sea la modalidad menos efectiva en cuanto a capturas, es la que
más emoción te proporciona al pescar un ejemplar. Esta técnica consiste
en lanzar una pequeña mosca realizando un movimiento similar al de un
látigo con la caña de pescar, ya que este señuelo es muy ligero.
Espero con emoción que llegue el verano para poder disfrutar pescando en el río Ara.
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